Existe el Amor, lo demás no es real


 

El universo grita, queriendo llamar nuestra atención, y mientras, como si estuviésemos sordos y ciegos, caminamos cabizbajos obcecados en conocerlo todo, en buscar la causa última de nuestra existencia, el porqué y el inicio de todo cuanto conocemos. Así, cada día, caminamos ignorantes, sin ver ni oír la melodía del mundo que con cada amanecer nos ofrece un abanico de colores y matices sorprendentes.

 

Pero si todo lo supiésemos, si todo lo comprendiésemos, si para todo tuviésemos un porqué, si a todo le encontrásemos una explicación... las cosas dejarían de ser como las conocemos y seguramente perderíamos ilusión en el vivir. La vida perdería su misterio y su carácter constructivo, sí, dejaríamos de crecer y desaparecerían los obstáculos a vencer, pues para todo tendríamos respuesta, una ecuación que resolviese el problema cuando la verdad es que los problemas que no podemos resolver son los que más nos engrandecen.

 

Vivimos la vida con la mirada fijada en un horizonte que no termina, y si la redujésemos a una mera ecuación, este horizonte quedaría truncado y chocaríamos así contra un panorama finito y unos sueños limitados. Y aun así, el hombre, en su gran ego y orgullo, busca controlar todo, busca comprender a Dios, viviendo en un constante planteamiento del porqué, y al hacerlo, entorpece Su Obra.

 

El universo grita, queriendo llamar nuestra atención, con su belleza, su grandeza, porque no se resiste al Amor de Dios, porque no pone barreras a Su Mano laboriosa. Y lo cierto es que si nosotros nos dejásemos moldear, seríamos testimonios vivos de los más grandes milagros. Hay corazones que ya lo son y que con su entrega al prójimo, con la belleza de su sonrisa, con su mirada, con su alegría o con su mera presencia y actuar permiten un cara a cara con Dios.


Y al final, al estar tan sumidos en la búsqueda de respuestas y en vivir activamente la vida, hemos perdido la capacidad de amar coherentemente, de armonizar lo que sentimos, lo que queremos y lo que creemos que el mundo espera que queramos. Y esta incoherencia entorpece y limita nuestra capacidad de amar.


Lo cierto es que nada importa realmente, nada tiene verdadera importancia en esta vida más que conservar la capacidad de amar, porque al final de la vida nos examinarán del amor y, cuando ya no haya vida, solo permanecerá el amor. Amar en lo grande, sí, y ante todo en lo más pequeño, en lo más escondido, en lo que nadie ve. Porque somos realmente grandes en la medida en que nos hacemos pequeños. Pequeños como niños, que aman y se entregan sin reservas, a los que nada les resulta indiferente, a los que todo conmueve y los que de todo se sorprenden. Si nos hiciésemos verdaderamente pequeños y confiásemos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios, viviríamos más felices que cuando buscamos sin cesar salvar al mundo por nuestras propias fuerzas y mentes, sin tener en cuenta que lo que llena al corazón es la entrega en el amor.

 

Citando al Papa Francisco, creo que el verdadero comienzo del camino hacia la felicidad es tener la firme resolución de perseverar en el amor fortaleciendo el corazón. Cuando digo fortaleciendo no me refiero a crear una fortaleza en torno al corazón, forjar un caparazón que haga nuestro corazón duro e inquebrantable, inmutable y resistente a todo, sino un corazón grande con una inmensurable capacidad de amar, un corazón que no ponga trabas al Amor que Dios busca poner en él. Porque tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.


El universo grita, queriendo llamar nuestra atención, y, con suerte, si huimos de la indiferencia y tenemos un corazón abierto al amor sabremos oír Su voz.



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Comentarios: 1
  • #1

    JORGE (lunes, 15 febrero 2016 21:33)

    Pues yo creo que el camino de la Santidad es ese precisamente, renunciar a uno mismo para que con la ayuda de Dios podamos darnos a los demás. Seremos juzgados por el amor. El que ama ha descubierto el sentido de su vida, pues solo somos felices si amamos