Nada tenéis que no hayáis recibido


«El ruido de mis pasos sobre la tierra y las agujas secas de los pinos era lo único que quebraba la quietud y el silencio cálido de aquella mañana otoñal. A cada lado, se alzaban los árboles, altos, rectos, velando sobre mi lento caminar, cubriéndome con sus sombras, tratando de cobijarme, de cubrirme con su verde red. Y no pude evitar el pensar: qué bien se está aquí.

 

De vez en cuando el aleteo de un pájaro al alzar su vuelo me sobresaltaba y, cortando el hilo de las divagaciones en las que me hallaba sumida, me hacia volver a la realidad, a tomar conciencia de mi presencia en aquel lugar. Y mi miraba iba y venía... de los pinos al valle, de ahí a la montaña, se perdía en el azul del cielo o quedaba fija en la oleada de piedras que, junto a mí, la tierra abrazaba, envolviéndolas de musgos y plantas cuyo colorido, si tratase de describirlo, escapaba a cualquier adjetivo.

 

Y me sentí pequeña, pequeña e insignificante ante tanta belleza.

 

Se levantó una suave brisa que llenó el bosque con un suave murmullo, y mi mirada quedó fija en aquellos altos pinos y en sus cortezas raídas, teñidas de mil colores. Me fijé en como, detrás de ellos, el sol empezaba a asomar, bañándolos con su luz, sus rayos filtrándose entre las ramas, incansables. 

 

Y desde mi pequeñez, no pude sino maravillarme por su belleza.

 

Y fue contemplando la belleza que me pregunté el porqué de una creación tan perfecta para alguien tan imperfecto como el ser humano. Traté de sentir a esa mano que, con cariño, quiso crear todo aquello por y para mí, traté de imaginar Su Mano, moldeándome a mí, su regocijo al pensar en ese momento y ese lugar para mí. Traté de imaginar ese Corazón que alberga tanto amor, que ES amor. Traté de concebir cómo puede ser ese Amor, un amor que mendiga el nuestro para poder comunicar Su Vida. 

 

Contemplé los juegos de luz, como esta recorría, escurridiza, el follaje de los arbustos, como jugaba con las sombras, como resaltaba matices, como embellecía los colores... entendiendo que esa luz es la Luz que viene a salvar al mundo. 

 

Mi corazón, inquieto y avergonzado, volvió a buscar un porqué, incapaz de entender su egoísmo, al ver como Él, sin reparos, todo le había dado. 

 

La Creación, su Hijo, su Amor, el Perdón, la Vida.


Quise gritarle al mundo la Verdad. ¿Cómo es posible que algo tan brillante pase desapercibido a ojos del mundo? ¿Cómo puede ser que nuestro corazón no intuya su grandeza, su trascendencia? Lo dijo San Agustín: "Nos hiciste para Ti Señor y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en Ti".

 

El mundo aparta los ojos de esta inquietud, busca acallar esta intuición y lo cierto es que, mientras el ruido de lo placentero y lo útil siga ensordeciéndonos, no aprenderemos realmente a amar, a servir, a vivir. 

 

Y deseé tener el valor de amar, de fundir mi corazón con el que palpita en la Creación. 

 

Y entendí aquello que la Madre Teresa de Calcuta escribió, que "a Dios no lo podemos encontrar en medio del ruido y la agitación. En la naturaleza, los árboles, las flores y la hierba crecen en silencio; las estrellas, la luna y el sol se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que decimos sino lo que Dios nos dice a nosotros y a través de nosotros. En el silencio, Él nos escucha; en el silencio Él habla a nuestras almas. En el silencio se nos concede el privilegio de escuchar su voz."

 

Y esa suave brisa le había hablado al silencio de mi corazón.»

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Comentarios: 1
  • #1

    misionero (sábado, 28 febrero 2015 23:48)

    Que importantevesvelnsilencio en nuestra vida. Del silencio brota la oración nos decía Madre Teresa